Xavier Mas i Sempere
ENTRE EL CAPITAL CULTURAL Y EL CAPITAL MONETARIO: LA ECONOMÍA EN LA MÚSICA CLÁSICA
CONTEMPORÁNEA
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3C Empresa (Edición núm. 30) Vol.6 Nº 2
Mayo agosto ‘17, 59 – 76
Área de Innovación y Desarrollo, S.L.
ISSN: 2254 3376
DOI: http://dx.doi.org/10.17993/3cemp.2017.060230.59-76
ENTRE EL CAPITAL CULTURAL Y EL
CAPITAL MONETARIO: LA ECONOMÍA
EN LA SICA CLÁSICA
CONTEMPORÁNEA
BETWEEN CULTURAL AND MONETARY CAPITAL:
ECONOMICS IN CONTEMPORARY CLASSICAL
MUSIC
Xavier Mas i Sempere
1
1. Máster en Sociología de las Políticas Públicas, Máster en Educación Secundaria,
Licenciado en Comunicación Audiovisual, Licenciado en Historia y Ciencias de la Música y
Título Profesional de Música. Personal Investigador en Formación, Departament de
Sociologia i Antropologia Social, Universitat de València, España, Investigador invitado
en el Departament de Sociologia I de la Universitat d’Alacant, (Programa VALi+d per a
investigadors en formació, Referencia ACIF/2014/188, Generalitat Valenciana) (España).
E-mail: xavier.mas@uv.es
Citación sugerida:
Mas i Sempere, X. (2017). Entre el capital monetario: la economía en la música clásica
contemporánea. 3C Empresa, investigación y pensamiento crítico, 6(2), 59-76. DOI:
<http://dx.doi.org/10.17993/3cemp.2017.060230.59-76/>.
Recepción: 10/02/2017
Aceptación: 06/03/2017
Publicación: 24/05/2017
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RESUMEN
A pesar de su carácter abstracto y etéreo, la música es uno de los elementos más
importantes de nuestra sociedad. Constituida como hecho social y con una notable
repercusión articula su desarrollo en relación al resto de elementos y actores de la
sociedad. En nuestro trabajo mostramos, a partir de entrevistas y un grupo de discusión,
cuáles son los discursos que, sobre música y economía, realizan los participantes en el
campo de la música clásica contemporánea: compositores, directores, intérpretes, gestores
culturales y públicos. De esta forma, podemos apreciar, en cada caso, qué valor se otorga y
de qué forma se posiciona cada colectivo frente a los diferentes tipos de capital.
ABSTRACT
Despite its abstract and ethereal character, music is one of the most important elements of
our society. Constituted as a social fact - and with a remarkable repercussion - it articulates
its development in relation to the other elements and actors of society. In our work we
show, from interviews and a discussion group, what are the discourses on music and
economy by the participants in the field of contemporary classical music: composers,
directors, interpreters, cultural and public managers. In this way, we can see, in each case,
what value is given and how each group is positioned versus the different types of capital.
PALABRAS CLAVE
Música clásica contemporánea, capital cultural, economía, consumo, campo.
KEYWORDS
Contemporary classical music, cultural capital, economics, consumption, field.
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1. INTRODUCCIÓN
La música es la más abstracta de las artes. Hasta la invención de los medios de grabación
sonora, prácticamente en la frontera del siglo XX, no fue posible fijarla en un soporte físico
y, aun así, se necesita del tiempo para poder aprehenderla. Estas circunstancias esenciales
han ayudado a construir un halo de misticismo a su alrededor. En ocasiones, alabando sus
cualidades divinas –“La música… no tiene más que dos ingredientes a los que se pueda
llamar dones de Dios: la capacidad de un cuerpo para vibrar y para producir sonido, y el
mecanismo del oído humano que lo registra…” (Partch citado en Small, 1989: 18) y, en
otras, cuestionando pragmáticamente su valor para la humanidad –“Music is an innocent
luxury, unnecesary [sic] indeed, to our existence, but a great improvement and gratification
of the sense of hearing” (Burney citado en Simmel, 2003: 36).
Esta posición ideológica imposibilitó durante mucho tiempo un acercamiento científico
social al fenómeno musical. De hecho, durante muchas décadas fue la Etnomusicología,
constituida originariamente como Musicología comparada, la encargada de abordar estas
problemáticas con una metodología etnográfica. A lo largo del siglo XX, y gracias a las
diferentes aportaciones desde la Sociología (Weber, 2002; Simmel, 2003) y la Musicología
(Blacking, 2010; Nettl, 2001; Merriam, 2001), hemos conseguido abordar metódicamente la
música y poner los cimientos para el desarrollo de la Sociología de la música.
Llegados a este punto ya podemos plantearnos la música como un objeto social más. Un
elemento, a la vez, producto y espejo de la sociedad y una parcela más en la que podremos
identificar el juego de las relaciones sociales. Siguiendo a Jacques Attali:
“hay que aprender a juzgar una sociedad por sus ruidos, por su arte y por sus fiestas más que
por sus estadísticas. Al escuchar los ruidos, podremos comprender mejor adónde nos arrastra
la locura de los hombres y de las cuentas, y qué esperanzas son todavía posibles” (1977:11).
En el presente trabajo, presentaremos los resultados de un análisis sociomusicológico que
se ubica en la intersección entre música y economía. Gracias a los discursos de los
diferentes actores sociales, conoceremos cómo se articula esta relación y de qué forma,
artistas, públicos y gestores, conviven en un contexto específico el de la música clásica
contemporánea que conjuga, constantemente, capital económico y capital cultural.
2. DESARROLLO
2.1. OBJETIVOS
La investigación que desarrollamos en las páginas siguientes pretende conocer cuáles son
los discursos que se realizan, en el contexto cultural de la música clásica contemporánea,
sobre el binomio música y economía. Ante la articulación de diferentes tipos de capital
cultural, humano, monetario podremos identificar qué valores se otorgan y qué posiciones
discursivas se adoptan desde cada uno de los colectivos analizados. Todo ello, nos permitirá
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saber cuál es la incidencia de la economía en este ámbito cultural y qué problemáticas se
identifican desde cada grupo.
2.2. DELIMITACIÓN Y METODOLOGÍA
Este trabajo se encuadra dentro del proyecto de tesis doctoral La música clásica
contemporánea: una perspectiva sociomusicológica. Una investigación más amplia que
aborda, también, las programaciones sinfónicas de las orquestas y auditorios, la difusión
musical en los mass media, la producción discográfica y el consumo cultural en streaming y
en conciertos. Para la elaboración de este artículo, hemos incluido parte del material
obtenido para el epígrafe “colectivos artísticos”.
Los grupos sociales analizados han sido: compositores, intérpretes entre los que incluimos
instrumentistas y directores, directivos de conservatorios superiores, gestores públicos
gerencias y direcciones artísticas de centros culturales y el público concretado en
abonados a ciclo sinfónico. Dada las limitaciones económicas y temporales del estudio,
hemos reducido la muestra de intérpretes y compositores a sujetos que, durante las
temporadas 2014-2015 i 2015-2016 han estrenado o interpretado obras en auditorios del
País Valenciano. En el caso de gestores y directivos de conservatorios, hemos extendido la
muestra al conjunto del estado. A pesar de la limitación territorial, y tal y como muestra la
figura 1, la muestra obtenido nos permite obtener casos de 10 provincias que se traduce
en 7 comunidades autónomas. Efectivamente, esta muestra no puede ser representativa
del conjunto estatal como mucho, de la programación cultural valenciana. En cualquier
caso, nos sirve como muestra exploratoria para comprobar la validez de la metodología
abordada. Por una cuestión ética, relacionada con el mantenimiento del anonimato de los
participantes, no podemos especificar el origen de los gestores públicos ni de los directivos
de conservatorio. Teniendo en cuenta el escaso número de centros superiores y auditorios
con programación sinfónica, el hecho de indicar la provincia de origen permitiría identificar,
fácilmente, al sujeto participante en la investigación. que podemos indicar que las
entrevistas se realizaron en 4 comunidades autónomas diferentes. Finalmente, los
discursos del público se obtuvieron a partir de un grupo de discusión, con abonados
sinfónicos del Auditorio de la Diputación de Alicante, celebrado a principios de 2017.
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Figura 1. Mapa con el origen geográfico de los compositores e intérpretes entrevistados.
Fuente: elaboración propia.
Para este trabajo, como ya se ha indicado, se han utilizado exclusivamente técnicas
cualitativas: entrevista semi-estructurada y grupo de discusión. En el proyecto original, se
articula, también, un notable corpus cuantitativo, pero, en esta ocasión, este
planteamiento metodológico nos permite obtener los discursos sobre los que se realizará el
pertinente análisis.
Resulta imprescindible, en esta ocasión, señalar que tanto en las entrevistas como en el
grupo no se plantea ninguna pregunta ni se alude directamente a la economía. Todas las
muestras que, en este caso, aportaremos, surgen espontáneamente y son siempre, los
propios sujetos, los que dirigen la atención de su discurso hacia elementos de cariz
económico.
2.3. MARCO TEÓRICO
Las aportaciones de Bourdieu a la sociología son centrales en este trabajo. Su análisis del
capital cultural (1987) nos permite identificar tres estados diferentes: incorporado,
objetivado e institucionalizado. Igualmente, y no menos importantes, son la noción de
campo (1990) y la de distinción (1991).
De las cuatro ramas de la sociomusicología contemporánea identificadas por Philip Tagg,
asumimos, en esta ocasión, las dos que se vinculan con el significado social de la música
(Tagg, 1982) y con el proceso comercial e industrial (Philo & Miller, 2010). Las aportaciones
de Jacques Attali, finalmente, son fundamentales en nuestro propio ejercicio de relectura
de la música como objeto de consumo:
“Hoy día también, dondequiera que la música está presente, también está ahí el dinero.
Incluso si nos limitamos a las cifras, vemos que en ciertos países ya se le consagra más dinero
que a lavarse, leer o beber. La música, disfrute inmaterial convertido en mercancía, viene a
anunciar una sociedad del signo, de lo inmaterial vendido, de la relación social unificada en el
dinero” (1977: 10-11).
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Este concepto de lo “inmaterial vendido” nos sitúa en la órbita del capitalismo
informacional: esta penúltima evolución del capitalismo que hizo posible la burbuja de las
puntocom y que juega, hoy en día, la guerra de los contenidos en las plataformas
multimedia. El mundo post-material y el mundo digital se dan la mano ante la atenta
mirada de la música clásica contemporánea. Una manifestación cultural ya longeva pero
que lucha, todavía hoy, por ubicarse en espacios, prestigios y lógicas.
3. RESULTADOS
A continuación, exponemos los resultados de la investigación, estructurados en tres
apartados. Primero, desarrollaremos las aportaciones de los abonados en el grupo de
discusión. Segundo, abordaremos de forma conjunta las entrevistas a compositores e
intérpretes [instrumentistas] y directores. Finalmente, las ideas recogidas en las entrevistas
a gestores culturales y directivos de conservatorios. En la tabla 1, presentamos los datos
sociodemográficos básicos de las personas participantes.
Tabla 1. Participantes en la investigación.
Abonados
Compositores
A1
Mujer
1959
C1
Hombre
1962
I1
Hombre
1970
A2
Hombre
1964
C2
Hombre
1957
I2
Hombre
1967
A3
Hombre
1964
C3
Hombre
1963
I3
Mujer
1960
A4
Hombre
1944
C4
Hombre
1954
I4
Hombre
1973
A5
Hombre
1952
C5
Hombre
1962
I5
Hombre
1978
A6
Mujer
1967
C6
Hombre
1958
I6
Hombre
1979
C7
Hombre
1952
I7
Hombre
1978
C8
Hombre
1955
I8
Hombre
1982
I9
Mujer
1986
I10
Mujer
1978
Directores
Directivos de
conservatorio
Gestores culturales
D1
Hombre
1978
F1
Hombre
1957
G1
Hombre
1955
D2
Hombre
1957
F2
Hombre
1956
G2
Hombre
1966
F3
Hombre
1962
G3
Mujer
1961
F4
Hombre
1959
G4
Hombre
1970
Fuente: elaboración propia.
El trabajo con el grupo de discusión nos permitió identificar, como elemento central, la
existencia de una noción de comunidad entre los abonados. A pesar de que no tengan un
vínculo personal demasiado estrecho, el mero hecho de compartir una trayectoria de
consumo cultural común y de saberse apelados por unas citas periódicas, construye un
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sentimiento de pertenencia a un colectivo: abonados del ADDA (Auditorio de la Diputación
de Alicante).
En nuestro análisis pudimos comprobar la articulación de una distinción, interna al grupo,
según los conocimientos musicales. Así, el mayor prestigio se alcanzaba con el capital
cultural musical institucionalizado. En su ausencia, se podía aludir, como mínimo, al
capital cultural incorporado vinculado, bien a la longevidad de la experiencia de abonado,
bien al consumo de crónicas y material musical divulgativo. Esta situación de desigualdad
que nos permitió vislumbrar un conflicto social basado en una lucha de legitimaciones [¿Y
vosotros creéis que todas las personas que vienen al auditorio tienen tantos conocimientos
como estoy viendo que tenéis vosotros?” (A6)] se neutralizó por medio de tres elementos
que constituían el punto de encuentro y el mecanismo de sutura del grupo. Estos son:
precio, proximidad y gusto. El primer elemento es de factura, evidentemente, económica.
El segundo, parcialmente, también se relaciona con el coste del desplazamiento. El tercero
sería la noción más claramente estética. A pesar de ello, con una lectura bourdiana (1991)
que plantea que el propio gusto es una construcción basada en la clase social podríamos
considerar, también, la determinación económica de este elemento y el requisito de contar
con un cierto nivel socioeconómico para poder acceder a esta oferta.
El abono sinfónico del ADDA, se vendió, en la temporada 2016-2017, a unos precios que
oscilan entre los 210€, para la zona C, y los 290€, para las zonas A y B. Estas cifras suponían
abonar entre 17,5€ y 24,17€ en cada uno de los 12 conciertos ofertados. De haberse
comprado sueltas, el total de las entradas de la temporada asciende a 400€ y 540€,
respectivamente lo que nos muestra un ahorro del 45,5% y del 46,3%. Cifras y
porcentajes aparte, la idea del ahorro está muy extendida entre los abonados: “es un
chollo” (A2); “me reafirmo en lo primero: sigue siendo un chollo” (A5). Se considera su
posesión como un privilegio que, en caso de perder, es muy difícil volver a conseguir: ser
abonado también es porque si te desprendes del abono te da la sensación de que no es
muy fácil conseguir otro, ¿verdad?” (A5).
La propia creación del auditorio, inaugurado en la temporada 2011-2012, ha supuesto la
satisfacción de una demanda que llevaba largo tiempo esperándose y que se paliaba con
desplazamientos a centros culturales cercanos: Antes no existía nada. Tenías que ir a
Murcia o a Valencia. Ibas a Murcia y veías autobuses de la Sociedad de Conciertos de
Alicante tres–. Decías: ostras, ¿qué pasa aquí? y ¡qué auditorio tiene Murcia! ¿Y
Alicante?’” (A3). Vista en perspectiva, además, la facilidad de transporte privado actual
contrasta con las experiencias pretéritas de desplazamiento des de las entidades
municipales menores: los que vivíamos en la montaña, perdidos, que no había transporte:
que era un autobús por la mañana, un autobús por la tarde y nada más pues eso era
complicado(A2). Estudios posteriores tendrían que analizar el área de impacto geográfico
de estos equipamientos culturales. Con todo, y según nos comenta el personal de taquillas
del auditorio, la mayoría de abonados son de la propia capital alicantina o de las cercanías.
De esta forma, en efecto, se cumple el papel de centro de proximidad.
El elemento del gusto nos muestra una situación de conflicto que aúna referencias al capital
cultural y al capital monetario. La barrera más explícita entre gusto y disgusto en la música
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clásica lo marca la música clásica contemporánea aquellas producciones compuestas entre
los inicios del siglo XX y especialmente aquellas que utilizan un lenguaje más cercano a las
corrientes vanguardistas o experimentales. Así pues, se considera el sinfonismo del
Clasicismo, Romanticismo y Post-Romanticismo como la música propia de la programación
del ciclo de abono y en la que coinciden los gustos de todos. De hecho, se considera que
toda la programación gira alrededor de unas figuras históricas de referencia:
“tú miras el programa y hay varios [compositores] que se repiten, que es lo que digo yo. Y,
¿por qué se repiten? ¿Por qué gustan? […] Está todo el mundo, precisamente, porque el
programa es ese. Si fuera otro, seguramente, el teatro… la mitad de las butacas estarían
vacías” (A5).
En el momento que se les plantea la opción de programar más música clásica
contemporánea incluso, de llegar a ofertar una temporada monográfica la respuesta es
muy contundente: “es que es muy raro. Eso… Y además es que no vendría nadie. Entonces,
¿qué? Esto es un negocio” (A6). Efectivamente, los propios abonados no pierden en ningún
momento de vista la realidad económica del auditorio. Aunque centro público, supone un
centro de negocios que tiene que atraer a los públicos y compensar, con las entradas y
abonos, las costosas contrataciones de las agrupaciones e intérpretes solistas: yo no el
presupuesto lo que costará traer a la Filarmónica de… de Londres, pero seguro que cuesta
un dineral […] debe ser un pastón increíble lo que cuesta eso (A5); Tú cuenta hotel.
Setenta euros por cabeza, más o menos Setenta euros por cabeza, cien. Cuanto son, ¿siete
mil?” (A2).
Si nos centramos en el capital cultural podemos identificar un corte estilístico, producido a
lo largo del período histórico antes mencionado, y que supone la gran fisura entre
entendidos y legos. Partiendo de la base que el público con escaso capital cultural utiliza la
melodía como fenómeno acústico básico para guiar su audición y descodificar el mensaje
artístico –“el problema es la melodía. O sea, si vas siguiendo la melodía: la música te
gusta(A5)–, la utilización de nuevas fórmulas compositivas centradas en el ritmo o en la
tímbrica (texturas) les deja completamente desarmados:
A6: […] si hay una melodía, pues… aunque no la conozcamos [la pieza musical], pero la
percibimos. Pero claro, cuando no hay melodía […] te fijas en otras cosas, en las respuestas
de unos instrumentos con otros… El tal, cual… Ya te fijas en otras cosas…
A5: Pero, claro, cuando ya no puedes seguir la música. Y empiezan a surgir sonidos de un
sitio y de otro […] inconexos… pues al final…
A6: Claro, dices: ‘a ver, ¿esto cómo lo entiendo?’
A5: Es que eso… eso es muy difícil de soportar durante cincuenta minutos.
Esta situación socioartística, especialmente desarrollada en el campo música, deja a parte
del grupo en una situación de total desamparo. Los mecanismos incorporados no sirven
para descodificar y, con ello, poder llegar a apreciar, primero, y estimar, después, las
nuevas formas musicales. La desigualdad inicial del grupo se recrudece en este punto en el
que, incluso, se llega a establecer la lógica de las relaciones docente-discípulo:
A6: ¿Y cómo lo soportáis vosotros?
A2: Porque nos fijamos en otras cosas.
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Pasamos, a continuación, a los discursos de los compositores e intérpretes. Hay que
señalar, antes que nada, que ninguno de los compositores entrevistados puede ganarse la
vida, exclusivamente, por medio de la composición y han de dedicarse a otras ocupaciones
la docencia, principalmente. Este hecho que se da en el caso de los intérpretes o los
directores, aunque, de algún modo todos tienen cierta vinculación con el ámbito
académico.
Las primeras cuestiones que abordábamos en las entrevistas se referían a los orígenes del
interés personal por la música y a la formación. Algunos de los entrevistados referían haber
recibido regalos, en su niñez, en forma de instrumentos musicales: “Me regalaron una
guitarra y no hubo más opción” (I1); “el meu joguet preferit era un tambor” (I5). En otros
casos, se alude a la experiencia musical de algún familiar cercano. Es aquí donde podemos
ver, más claramente, el efecto Arrow generalizado que menciona Bourdieu (1987): “el
acercamiento es muy natural: yo he visto un violonchelo en... en casa junto al... resto del
mobiliario” (I2). Observamos, en cualquier caso, que la cantidad de capital cultural
institucionalizado acumulado por el familiar músico es irrelevante. Tanta influencia puede
tener el padre que es catedrático del instrumento en el conservatorio, como el o-abuelo
que es miembro de una sociedad musical típica del País Valenciano: Siempre recuerdo
que... que quería dedicarme a esto. Siguiendo una tradición familiar, también” (C3).
Un elemento que denota el contexto socioeconómico de partida de los músicos es,
precisamente, el relato que se elabora alrededor de la formación. Resulta bien significativo
que apenas se realicen referencias al coste de los estudios: una formación que incluye la
compra de instrumentos musicales, las clases magistrales particulares con artistas de
referencia y el desplazamiento exterior para actuar en salas del circuito internacional. De
hecho, en algunos verbátims, encontramos alguna alusión, pero dentro de una completa
normalidad: Ahora tienes más opciones de irte fuera, de conseguir unas becas, de... de...
yo de hecho también me fui a Viena a hacer mis cursos o a... Londres a hacer... a las
masterclasses, ¿no? Pero ahora está todo más al día...” (I10).
Lógicamente, cuando más hincapié se hace en estos aspectos es, precisamente, cuando
más humilde es el origen del músico:
“Me considero un afortunao ya que... mis padres han podido pagarme un violín, han podido
pagarme los estudios y han podido pagarme clases particulares ya que no es fácil, eh... quiero
decir, o sea, tú naces en un lugar o naces en un sitio y, claro, lo público, eh… te permite
[solamente estudiar] en ese mismo lugar” (I8).
Estos dos ejemplos extremos que hemos presentado, se ubican en el vértice de la posición
discursiva económica. Como muestra la figura 2, las referencias a la formación musical se
completan con alusiones al capital humano invertido reconvertido aquí en esfuerzo
personal y al capital cultural. Esta es, sin duda, la posición más habitual y la más
estrechamente vinculada a la música en su vertiente estética: “Tuve la suerte de... de dar
con un profesor que me... enseñó muy bien desde el principio y me motivó muy bien desde
el principio entonces fui bastante encaminado (I9); “No tuve una educación musical
demasiado buena, entre otras cosas porque no se me permitió como no se... como no se
le permite, incluso, a día de hoy a ningún niño que empieza a estudiar dedicarse en
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exclusiva a lo que ya es su vocación de manera evidente” (I1). Mi formación musical creo
que fue desastrosa. Yo estudié en el Conservatorio de Madrid y... y tuve que desaprender lo
aprendido en gran medida, ¿no?” (C2). sales y tú... tienes una... una formación
académica que no tiene nada que ver con lo que hay en la... en realidad, en la música.
Entonces esa realidad tardas años en... en asumirla, en aceptarla y en...» (C5). «Content
però crec que se podria millorar molt en la formació musical, avui en dia, en el nostre país»
(I6).
Figura 2. Elementos prioritarios en la formación musical.
Fuente: elaboración propia.
Una vez abierta esta cuestión, y como ya hemos visto, se empiezan a plantear cuestiones
relativas a la calidad de la enseñanza o a la dialéctica entre plan de estudios y habilidades
necesarias para el desempeño de una profesión. Hemos resumido, en la figura 3, las
diferentes posiciones discursivas que se desarrollan en este ámbito y que conjugan el
binomio mejor-peor con los límites temporales del presente y el pasado y los límites
territoriales del interior y el exterior del estado.
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Figura 3. Noción de la evolución histórica de la formación.
Fuente: elaboración propia.
El conflicto que introducíamos, anteriormente, entre el público y la creación actual tiene,
también, un seguimiento dentro de estos colectivos. A primera vista, y como posible
hipótesis de trabajo, hemos observado un cierto punto de inflexión entre los discursos de
algunos miembros de la generación de 1950 y la generación de 1960. Para los primeros, las
nuevas formas de composición suponen una revolución frente a un pasado clásico que,
todavía, les llega por mano de sus profesores: “Sentía incluso, aunque lo estudiaba, un
cierto desprecio por la... por las, digamos, las técnicas más eh... canónicas o académicas de
lo que es la composición y el proceso de escritura musical: llámese contrapunto, llámese
armonía funcional, etcétera» (C4), «Me convertí en un ser autodidacta que renegaba de
todo el escolasticismo y de toda la escuela, digamos, tradicional. Que también fue un error”
(C2). Para los segundos, este paradigma estético es una opción en su formación pero que
no puede limitarles su sentido creativo: Tot el gruix de repertori que tocava era romàntic,
impressionista, etcètera. I a llavors, tot lo que era assignatures teòriques del conservatori,
eh... i tota l’estètica diguem-ne de tots els que composaven i els professors de composició
etcètera era un llenguatge que a mi no m’interessava gens» (C1), «Lo que no escucho nada
es vanguardias de los sesenta y setenta que me aburren. Es decir, tomé ya cursos con Luis
de Pablo, ya me enteré que existía Pierre Boulez, que existía Varèse, que existía Xenakis,
que existían todos estos y no me interesaban ninguno. No me interesaba jamás” (C5).
Este conflicto acaba asociado, finalmente, al poder practicado desde la posición privilegiada
de la academia: “En Estados Unidos que están mirando hacia delante. Si mirar hacia
delante significa que están abiertos, en la educación musical, a todo tipo de… de
tendencias. Y no tienen ningún tipo de prejuicio contra nada. Aquí hay mucho prejuicio
todavía. Entonces aquí… aquí hay un problema. Es que si nos ponemos en plan concreto
aquí hay un problema en los conservatorios. Hablo de composición. Los departamentos de
composición están todos tomados, han sido todos tomados, por un… por una misma
escuela” (C5).
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Figura 4. El conflicto de la desafección.
Fuente: elaboración propia.
“No existen obras en la historia de la humanidad pensadas para matar a los demás” (C2).
Efectivamente, en esta situación de divorcio, todos los compositores entrevistados se
sitúan discursivamente en la idea de agradar a los demás: “Hi havia una... una crítica que
em va arribar d’un bloc que deia “el compositor però aixís, eh?, era molt bona la frase el
compositor parece querer complacer al público”. Jo vaig dir... vaig pensar... «Home: ¡no
parece: quiero complacer!» (C1)”. Por tanto, nuestra mirada, aquí, tiene que dirigirse a la
idea de responsabilidad que se tiene de esta situación actual. Entre las diferentes
aportaciones hemos encontrado un triángulo de culpabilidad que mostramos en la figura 4.
Aquellos que se centran en la parte estética, responsabilizan al creador: “La música
contemporánea entonces se asocia con: no conecta con el público. Entonces no si el
problema es... siempre es del público. No estoy tampoco... no quiero culpar a una parte o a
la otra, eh. Pero soy de los que piensan que la gran música, generalmente, tiende a llegar»
(D1)”. Desde la posición del músico con un capital cultural específico se echa de menos
una mayor implicación del público: “Se li ha d’exigir una miqueta. Eh? No se li ha de donar
sempre la raó, se li ha d’estar exigint(C7). Y como posible solución, además, se insiste en
la necesidad de fomentar la educación musical en todos los niveles educativos: “El público,
la mayor parte del público, no tiene ni idea de todo esto porque les falta la educación
musical” (I8); “Yo creo que es una labor de educación: desde pequeño” (C3). Finalmente, la
tercera posición que comparten tanto compositores como intérpretes lanza balones
fuera hacia otro colectivo más vinculado a la tarea administrativa que al desarrollo artístico:
“Yo en mi experiencia personal no he conocido demasiados buenos programadores. Aquí
en España creo que adolecemos de... bastante de este sector. De buenos... buenos
profesionales programando” (I1); “Los gestores no saben, primero, muchas veces qué es lo
que están programando y no aman lo que programan. [...] Es más, muchas veces ni conocen
lo que están programando” (C4). En este caso, la problemática no es tanto la ausencia del
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público como la falta de buenas estrategias para atraerlo: “El público existe lo que no
existen son los buenos gestores”. El mayor desprestigio para la figura del gestor público,
aún más, es su consideración de cargo político. Un hecho que, actualmente, supone a priori
un demérito: “la formación de un público es una tarea que depende mucho, por supuesto
de intérpe... de intérpretes también, pero depende vitalmente de la gente que está detrás...
en política y encargándose de... de las programaciones” (I1).
Finalmente, abordamos la participación en el estudio de los gestores públicos y directivos
del conservatorio. Como ya indicábamos anteriormente, estos colectivos se han estudiado
de manera específica y conjuntamente por su posición de poder en el sistema. Unos son los
encargados de diseñar las programaciones y estrategias comunicativas de los centros
culturales. Los otros, por su parte, son los encargados de plantear y desarrollar los
proyectos educativos con los que se gestionan los conservatorios superiores: institución
que supone en la práctica no así en la legislación el equivalente para la música de la
facultad.
Este binomio de colectivos es el más implicado en el aspecto económico de la música. Por
un lado, los docentes se ubican en el principio de la trayectoria profesional del artista y
tienen, como referente, el camino exitoso de sus discípulos: “Hay un objetivo que está por
encima de cualquier otro y es: hay una generación que es más joven, que está formándose
ahora, preparándose para el futuro, para su futuro profesional y el objetivo número uno es
sacarlos p’alante en las mejores condiciones posibles(F1). El objetivo principal, pues, es
tratar de “ayudarle. Tratar de abrirle las máximas puertas posibles” (F2).
Por otro lado, los gestores culturales son los que cierran la cadena. Ellos son los que ponen
en contacto a públicos, intérpretes y compositores y los que, con el desarrollo de su
trabajo, dotan de sentido a la formación artística. Aquí podemos encontrarnos posiciones
más mercantilistas Evidentemente, lo primero que miramos es la disponibilidad
económica y a partir de ahí pues tenemos una serie de digamos de necesidades que
atender específicamente en este centro que es un auditorio” (G1) o creativas
En general, el procés... el procés de programar, programàtic, és un procés absolutament
creatiu. És un procés que és exactament el mateix que programar un concert, inclús m’atreviria a
dir, que és el mateix que construir els clímaxs d’una simfonia” (G4).
El objetivo final es siempre compartido: llenar los auditorios. La diferencia entre unos y
otros, radica en el tipo de público al que se aspira: “Me da la sensación de que los
auditorios y las salas de concierto se están quedando cada vez con un público más… de más
edad. Entonces, a me gustaría que eso se renovara(G3); yo lo que quiero es tener el
teatro lleno, si son jóvenes mejor, pero lo que yo quiero es tener el teatro lleno” (G2).
La relación con la música clásica contemporánea es difícil. Por un lado, existen las
reticencias del público –“[los públicos] oyen música contemporánea y es como: «¡uf!... ¡Ay!
qué ruidos. Yo no quiero eso ni verlo, ni escucharlo»” (G2)– y por otro las dificultades
añadidas que supone su propia caracterización –“la historia que tiene, es que… empiezan a
salir historias de instrumentos rarísimos que no tiene nadie, que hay que alquilarlos, es
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decir, que… programar repertorio contemporáneo es mucho más caro que el repertorio
tradicional” (G2).
Todas estas circunstancias denotan el agotamiento del modelo actual. Un modelo basado
en elementos sociales del siglo XIX y que suponen serias dificultades para conectar con el
público y dar rodaje a las nuevas creaciones. El mismo formato del concierto construido a
partir de la sucesión de diferentes obras sinfónicas, con una duración que oscila,
habitualmente, entre las dos y las tres horas, y con unas entradas que pueden alcanzar
precios relativamente altos ya supone una selección de público. Es una puesta en escena
idónea para la música del momento histórico en que se desarrolló.
Aún más, la relación con la música clásica contemporánea puede basarse en dos elementos
diferentes. Uno, la responsabilidad de difundir o de crear, respectivamente, un nuevo
patrimonio: “yo no prescindiría Stockhausen en un conservatorio… ni para estudiarlo ni
para interpretarlo […] ¿Pero… qué quieres que te diga? Pues… pues… no me apetece” (F1);
los gestores culturales tenemos una obligación con la creación actual porque para que
exista un patrimonio en el futuro tenemos que apoyar la creación hoy. Si no, no existiría
este patrimonio en el futuro (G2). Dos, el gusto por la propia música y la voluntad de
compartir el placer de su consumo:
Eixa és la manera en la que jo crec que tens que mirar al públic. Què es lo que jo he tingut la
sort de conèixer en vint i pico o trenta anys de vida professional que estos encara no han vist? I
jo com puc fer pa que ho comprenguen? Jo com puc fer pa que esta gent comprenga...
Turangalila de Messiaen que ja és un clàssic i seguixen sense comprén-lo. Com puc fer perquè
vegen la bellea del moviment del Jardin de l’amour. Com tinc que tocar això i com tinc que
programar-ho i com tinc que vendre-ho per a que el vinga diga: «ah, sí! Ara entenc el paisatge
que volies que vegera»” (G4).
Dentro de esta pluralidad de posiciones, en el momento en que se plantea la necesidad de
la renovación, los discursos se homogeneizan. Observamos, pues, en este punto el paso de
una difusión centrada en el qué, es decir, en el objeto artístico el repertorio, a una
difusión centrada en el cómo, esto es, en la forma en la que se desarrollará y se publicitará
el contenido musical: si tu fabriques el producte i no te’l compren, tindràs que inventar
algo. Anem a canviar el color de la caixa, no sé. A lo millor és una qüestió de reclam(F4);
Si se lo haces llegar de otra manera, puedes enganchar a determinado público(G2). Bajo
este paradigma, incluso, un posible fracaso de la obra se tendría que replantear en
términos de programación:
“[Los compositores] no són lliures a l’hora d’imposar –poden crear lo que vulguen ni jo, ni
ningú. Jo puc fer lo que vulga. I intentar que t’agrade o no. I tu em diràs: “tio, passe: lo que
m’estàs contant”. I jo pensaré: “per què no li ha agradat? Perquè és un bodrio?, que pot ser
perquè no he sabut explicar-li-ho?, perquè ha estat mal interpretat?, perquè no era l’entorn
programàtic adequat?, perquè no era l’hora adequada?, perquè no era... etcètera” (G4).
Esta posición, además, concilia la libertad creativa y las opciones de consumo del público:
La llibertat creativa seguirà estant però lo que no podem exigir és a la societat, és que mos
compre eixa llibertat creativa. Perquè la societat no compra llibertats: la societat compra el
consum està en lo que m’interessa, en lo que m’agrada i en lo que em fa disfrutar” (F4).
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El debate, así, puede superar los ámbitos económico y estético para llegar una reflexión
ética.
4. CONCLUSIONES
La música, como elemento social, es un instrumento –“de conocimiento que incita a
descifrar una forma sonora del saber” (Attali, 1977: 11)– privilegiado para conocer la
sociedad. Por medio de una manifestación artística concreta como la música clásica
contemporánea hemos podido ver de qué forma se articulan unos discursos que
constantemente oscilan entre el materialismo económico y lo etéreo del arte.
En el caso de los abonados sinfónicos, hemos comprobado como los factores económicos
puestos en juego el precio del abono, la proximidad del auditorio y el gusto por el
repertorio ofertado permiten coser las suturas del grupo. De esta forma, se puede
desarrollar un sentido de comunidad cohesionada más allá de la fractura que establece la
distinción basada en el diferente nivel de capital cultural institucionalizado. Esta fisura se
explicita de una forma muy evidente en el caso de la música clásica contemporánea. La
ausencia, habitual en esta música, de una melodía reconocible y la falta de herramientas
para descodificar el mensaje dejan a una parte del auditorio en situación de inferioridad.
Aquí, incluso, la relación dentro del grupo se estable en términos de lógica docente-
discípulo. Los abonados, conscientes del ingente coste que supone la programación
sinfónica, se oponen a una mayor programación de música clásica contemporánea. La
ecuación, en este caso, vincula la ausencia de público con la insostenibilidad del proyecto.
En el terreno de los intérpretes y los compositores, hemos identificado la incidencia del
efecto Arrow generalizado y hemos podido constatar la estrecha relación con el ámbito
académico ya que supone, en muchos casos, la mayor fuente de ingresos. A través de la
formación hemos visto como, según el contexto socioeconómico del músico, el coste de los
estudios instrumentos, materiales, cursos, viajes se planteaba de forma más explícita o,
directamente, se omitía. Esta parte de la biografía personal se podía abordar, también, con
alusiones al capital humano y el capital cultural y, también, con una valoración de la
experiencia formativa que conjuga las parejas mejor-peor, pasado-presente y dentro-fuera.
Respecto a la música clásica contemporánea, hemos observado un punto de inflexión entre
las generaciones anteriores a 1959 y las posteriores a 1960. Para los primeros, las nuevas
formas de composición son el elemento revolucionario y, para los segundos, lo es la
adscripción a otros lenguajes estilísticos incluidos los más tradicionales. Esta situación,
además, se vincula a la posición de dominio que se puede ejercer desde los conservatorios.
El divorcio entre el público y los creadores actuales se acepta como una realidad social. A
pesar de ello, los compositores niegan en sus discursos que realicen una música onanista o
con ánimo de desagradar. Así, la responsabilidad de este fracaso cultural se puede repartir,
según la posición discursiva, entre el creador, el público y el gestor cultural encargado de la
programación.
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Finalmente, en el apartado de los gestores públicos y directivos de conservatorio hemos
podido identificar los objetivos principales de su tarea: la preparación de los futuros
profesionales y el éxito de taquilla de la oferta programada. Para obtener dicho logro, unos
se ubican en una posición más mercantilista de gestión de recursos mientras que otros
consideran su labor un trabajo creativo. La música clásica contemporánea constituye, aquí,
un reto aún más complejo dado el consabido rechazo del público y las dificultades logísticas
para poner en escena las nuevas creaciones. Todo esto, les lleva a identificar el
agotamiento del modelo actual.
Las formas, pues, de entender este complejo conflicto oscilan entre la responsabilidad por
dar una formación completa al alumnado y crear un patrimonio musical de nuestro tiempo
y el gusto por compartir un producto artístico que puede despertar placer. Ahora bien, esta
disparidad de posiciones, se homogeneiza en el momento de plantear la renovación y aquí
aparece la necesidad de cambiar los reclamos, de comunicar de otra manera y, en
definitiva, de dejar de centrar el interés en el qué de la programación el repertorio para
dedicar los esfuerzos a diseñar el cómo, esto es, la forma en la que se va a comunicar la
música.
En conclusión, la música y los sujetos que se desarrollan en su campo social no pueden
perder de vista el sentido de proceso comercial e industrial inherente. Desde la formación
hasta la puesta en música, todas las etapas se relacionan con elementos económicos. La
música clásica contemporánea y la crisis que provoca en el campo, obligan a replantear el
proceso en su conjunto. Las soluciones, en cualquier caso, vendrán de la mano de la
creatividad y serán, también, nuevas formas de arte.
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